Deporte y Salud
Triatlón Short de Riaza. Cuando toca aprender.
El Triatlón Short de Riaza ha sido un triatlón de aprender. De disfrutar, pero sobre todo de aprender y ser consciente de donde se tiene que mejorar. Aún me quedan muchos kilómetros que acumular en mis piernas, principalmente subido encima de una bicicleta. A pesar de todo, Riaza nos brindó la oportunidad de disfrutar de un completísimo día de triatlón (comilona incluida 🙂 ).
El día comenzó batiendo records personales. La alarma sonaba a las 5 AM (es inevitable sentirse estúpido levantándose a esas horas para sufrir; ya sabéis, cosas de triatletas…), ya que media hora después había quedado con Jorge y Fernando para subir hasta Riaza.
Queríamos llegar con tiempo para evitar los agobios de siempre aunque igual nos pasamos de ansiosos, ya que a las 6.30 AM ya estábamos en Riaza, y la recogida de dorsales y preparación de material no era hasta las 8 AM.
Nos dio tiempo más que suficiente para desayunar, ir al baño, desayunar de nuevo, volver a ir al baño… En realidad nos dimos cuenta de lo que se disfruta haciendo las cosas con tranquilidad.
Una vez abierta la zona de la primera transición dejamos las zapatillas de correr y calcetines preparados, recogimos nuestro dorsal, y comenzamos a subir al embalse de Riofrío, lugar donde se disputaría la natación.
El embalse estaba a unos 6 km de distancia del pueblo, por lo que la subida hasta allí en bicicleta nos sirvió para activarnos un poco y nos sirvió para irnos preparando mentalmente de cara al exigente circuito de bicicleta que nos esperaba minutos más tarde.
Una vez arriba, dejamos las bicis preparadas y comenzamos el ritual. Aceite en brazos y piernas, vaselina en el cuello, y a ponernos el neopreno.
La salida del agua se hacía desde dentro del embalse, por lo que estuvimos unos 10 minutos dentro esperando a que sonara la bocina. No obstante, el agua estaba a una temperatura perfecta, por lo que aprovechamos para soltar nervios hablando con otros triatletas hasta comenzar la natación.
¡Bocinazo y al lío!
La natación consistía en 900 metros de natación (al final nos salieron 1.000 metros), y la verdad que fue la vez que más tranquilo nadé. Buen ritmo, respiración controlada, técnica más o menos correcta, y saliendo del agua junto con mi amigo Jorge. Al final, unos 18 minutos más o menos y con buenas sensaciones de cara al segmento ciclista.
Transición, me quito el neopreno sin problema, me pongo las calas y a comenzar a dar pedales (estuvimos pensando si enganchar las calas a la bicicleta o no. Finalmente decidimos salir con ellas puestas ya que había muy poco espacio en el inicio de la bicicleta y salíamos en pendiente, por lo que preferimos no arriesgar).
Los primeros 3 kilómetros de ciclismo eran bastante complicados, ya que la carretera estaba en muy mal estado y había un descenso pronunciado y técnico (presenciamos una buena caída en una curva de un triatleta que competía en la distancia Half), por lo que el inicio de la bicicleta lo hicimos con el respeto que se merecía.
Una vez pasado ese tramo, ¡carretera y manta!
Este circuito de ciclismo ha sido de los más exigentes que he hecho hasta la fecha. Ya me habían avisado del trazado, muy rompepiernas, así que, teniendo en cuenta que la bicicleta es donde más flojo voy, lo cogí con bastante respeto.
El circuito consistía en dos vueltas, de 20 km cada una, con dos partes claramente diferenciadas. Una bajada bastante rápida y divertida que terminaba en el pueblo y otra parte de subida, consistente en un falso llano los kilómetros iniciales, y terminando con una buena subida hasta coronar la cima del puerto, donde dabas la vuelta y volvías a bajar.
Vuelvo a hacer hincapié en un aspecto. Es impresionante ver como en plena subida, con la lengua fuera, con miedo a mirar tu pulsómetro y darte cuenta lo pasado de pulsaciones que vas, ver a triatletas acoplados en las cabras, pasándote a una velocidad pasmosa… ¡De mayor quiero ser como ellos!
Como decía al comienzo del post, la bicicleta es mi principal objetivo para este próximo 2017, ya que es donde más tengo que mejorar (y donde más puedo mejorar). No obstante, acabé satisfecho. Adelanté a bastantes triatletas, sobre todo en la segunda vuelta al circuito, y, a pesar de que tuve que parar en plena ascensión por problemas mecánicos con la bicicleta, logré acabar este duro segmento con buenas sensaciones y unas piernas frescas para afrontar la carrera a pie… o eso pensaba.
Segunda transición, dejamos la bicicleta, ponemos zapatillas y a darle a las piernas.
La carrera a pie consistía en unos 9 km, aunque el trazado era duro, con numerosos repechos que, sumado al calor que hacía, complicaba el poder meter un buen ritmo.
A pesar de todo, los primeros tres kilómetros los hice muy bien, a un ritmo de unos 4 min/km y con buenas sensaciones. Sin embargo, todo comenzó a complicarse a partir del kilómetro 4. Es más, desde el kilómetro 4 hasta el final de la carrera apenas dejaría de sufrir calambres en las piernas.
No sé si fue el calor, o el exigente circuito ciclista previo, pero apenas podía mantener un ritmo de 5 min/km. No obstante, me dije a mí mismo que, después de todo lo que llevaba, tenía que acabar sí o sí.
Ya me había tomado un par de geles durante el segmento ciclista, pero a mitad de recorrido me tomé uno más, para intentar recuperar un poco. Con eso, y con la ayuda de los voluntarios que enchufaban agua con mangueras a lo largo del recorrido (felicitaciones a la organización por ello), pude cruzar la meta haciendo los 9 kilómetros aproximados en unos 43 minutos. Podría haber bajado la marca, pero contento por cómo había corrido los últimos 6 kilómetros.
Así pues, Riaza fue un triatlón bonito pero duro, sobre todo la parte de ciclismo, precisamente segmento que más tengo que entrenar. Fue un cierre de temporada perfecto, ya que era el segundo triatlón olímpico de mi vida, y en el que toda experiencia acumulada sin duda sumaría de cara a próximos objetivos en 2017, que ya estamos perfilando, y que conoceréis a su debido tiempo…
Ni que decir tiene el apoyo recibido en todo momento, no sólo de los voluntarios de la organización, si no de compañeros del club (¡grande Ramajo!), y como no, de mis padres, quienes después me recompensaron con una merecida comilona… 🙂