Deporte y Salud
Laetus Duatlón Rivas Vaciamadrid. Cuando el abandono no es una opción.
He leído muchas veces crónicas de triatletas que sufren “pájaras” en mitad de la carrera, y uno siempre trata de evitarlas en la medida de lo posible. Te hidratas bien, comes bien, procuras ir bebiendo durante la carrera, tomarte algún gel si es necesario… pero hay veces que vienen y no sabes muy bien por qué.
Hace unos días pude disfrutar del Duatlón de Rivas junto con otros 3 amigos, mucho mejores deportistas que yo, todo hay que decirlo, pero de los que poco a poco se van aprendiendo muchas cosas.
Es cierto que me apunté sin habérmelo pensado mucho. Aunque ahora estoy nadando bastante (decidí hace un mes escaso meterme en un club de triatlón, por aquello de mejorar), llevaba sin correr… varias semanas. Y no sé si habrá sido eso, o que el día anterior fue un día de comida con viejos amigos de la Universidad con lo que eso implica… el caso es que la sombra de una buena “pájara” se cernió sobre mi cabeza y no llevaba ni 15 minutos de carrera.
La prueba eran 5 km corriendo, 20 km de bici, y otros 2,5 km finales de carrera a pie, y, viendo el circuito, tenía pinta de ser bastante rápido.
Había muchos clubs compitiendo, se veía que había bastante nivel, por lo que, sumado a las características del circuito, se confirmaba la rapidez de la carrera.
Empezamos los primeros 5 km, y yo, motivado (en exceso), traté de seguir el ritmo de los cabezas de carrera. Estaba corriendo a un ritmo de 4:10, bastante fuerte, pero que en otras carreras he estado más o menos así… Pero hoy no era el día.
Aguanté unos 2 km. Entonces, empecé a notar como algo no iba bien. Empecé a sentir que me presionaba demasiado el mono, sintiendo presión en el pecho. Intenté seguir, pero 1 km más tarde, me empezaron a venir unas tremendas náuseas. Pensé, “joder, no me digas que voy a tener que abandonar a los 15 minutos de empezar…”.
Me hice fuerte de mente, bajé bastante el ritmo, empezando a correr en torno a los 5:00 min/km, y la presión del pecho se fue yendo, aunque no así las ganas de vomitar.
Pude completar los primeros 5 km más mal que bien, con un tiempo final de 23 minutos. Pero al menos había conseguido estabilizar mi cuerpo y mis sensaciones… o eso pensaba yo.
Transición, y a la bicicleta. Eran 4 vueltas a un circuito de 5 km, en el que había dos grandes descensos y dos grandes ascensos, apenas se llaneaba.
Nada más salir, descenso rápido, y subida pronunciada y larga. Todo parecía que funcionaba, hasta que al final de la primera subida, y pasado de pulsaciones, otra vez me vinieron las malditas náuseas.
Comencé a pensar en todo lo que me quedaba, y la debilidad fue extendiéndose por mi cuerpo como un virus. Volví a relajarme, bajar el ritmo, y aprovechar la bajada para coger aire y fuerzas. Después vino la segunda subida, y poco a poco parecía que volvía a coger ritmo.
La opción de abandonar no la barajaba, aunque sabía que si volvían a venirme esas ganas de vomitar no iba a poder seguir.
La segunda vuelta la di bastante más tranquilo, y ya para la tercera vuelta, volví a sentir que todo funcionaba correctamente.
Fue en esta tercera vuelta donde empecé a apretar, volví a adelantar a gente que hacía mucho tiempo que había perdido de vista, y volvió la motivación.
Sé que me repito en este tema, pero cada día soy más consciente del poder de la mente en una prueba deportiva de este tipo.
Finalmente, no pude bajar de los 40 minutos, como había quedado con mis compañeros de fatiga (ellos sí lo consiguieron), pero me quedé en unos 45 minutos, así que ni tan mal para como había empezado la carrera.
De nuevo transición, y a por los últimos 2,5 km de carrera a pie. Estaba cansado, sí, y la rodilla empezaba a dolerme, pero ya era un mero trámite, y decidí disfrutar de los metros finales, pasando por la meta con un tiempo de 1 hora y 22 minutos.
No es un gran tiempo, pero unos instantes antes estaba planteándome abandonar… así que me puedo dar por satisfecho.
Moraleja: no es bueno organizar cenas de Universidad el día antes de la carrera… ¡tomen nota! 🙂